La ciencia, fuente de conocimiento.-

En los primeros decenios del siglo XIX hace acto de presencia en forma significativa la ciencia en la producción. Las matemáticas, la física, la química, la geometría, comienzan  a orientar los procesos de trabajo, primero en los talleres manufactureros pasando posteriormente a las fábricas. La aplicación de la ciencia se traduce en nuevas tecnologías que transforman espectacularmente las formas de trabajo. Estas nuevas técnicas permiten,  a su vez, aplicar a la producción nuevas fuentes de energía que multiplican la potencia de las máquinas.

Esta implicación de la ciencia en los procesos de trabajo afecta directa y principalmente a los trabajadores, pero quien la decide y dirige son los amos, y como es lógico, estas decisiones y esta dirección se hace en vista de sus intereses. Si les es más rentable su aplicación, así lo harán, y adoptarán las modalidades que mas favorable  les resulte. La entrada y las modalidades de aplicación de la ciencia en la producción no tienen nada que ver con el punto de vista o con los intereses de los trabajadores.

Las formas en que la ciencia se ha aplicado a la producción no ha respondido a los propios principios científicos, sino al interés de los amos. Es decir, si la aplicación de una determinada tecnología no significaba una mayor rentabilidad al amo, no se aplicaba, por muy ajustada que resultara al proceso técnico; esto de una parte, y de otra, la modalidad aplicada no se correspondía con la mayor facilidad o comodidad para los trabajadores afectados, sino con el solo interés del amo.

Esto significa que la materialización de los principios científicos en las tecnologías que hemos heredado no son, como podría pensarse ingenuamente, la aplicación de la ciencia a la producción, sino la elección de la aplicación de los principios científicos que más provecho dió a los amos.

En la propia materialidad de la máquina, de la ordenación de los procesos, en la cadencia de sus movimientos, en la modalidad de sus manejo, etc., viene marcado este fin específico de la misma, la rentabilidad para el amo.

No se trata, por tanto de “la aplicación” de la ciencia a “la producción”, sino de la aplicación que han hecho los amos de los principios científicos que les pudieran resultar rentables, aplicados éstos, a una producción organizada y dirigida por ellos.

A manera de ejemplo actual no hay más que fijarse en la aplicación que de la ciencia hacen los grandes laboratorios farmacéuticos, colocando en primer lugar sus derechos económicos, por encima de cualquier necesidad o urgencia en el tratamiento del sida en los países pobres de África.

La ciencia en su aplicación directa a la producción en el entorno de espacio y tiempo  que nos venimos refiriendo, ha caído del lado del amo, se trata de un instrumento más a su servicio.

Estas consideraciones es conveniente retenerlas, porque con mucha frecuencia en las asociaciones del movimiento obrero ha aparecido, y aparece, la ciencia vestida con un ropaje blanco y colocada en un pedestal; y ese color y esa posición no se corresponden con el esfuerzo oscuro y anónimo que significan los millones de experiencias que en último termino dan base y soporte al conocimiento científico; ni, por otra parte, los pasos inseguros (por imaginativos) de sus caminar se identifican en manera alguna con una marcha hacia un porvenir radiante (pensemos en la bomba atómica y demás armas de destrucción masiva).

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